Posicionamiento institucional acerca de Ayotzinapa

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Posicionamiento institucional acerca de Ayotzinapa

730 días integran la memoria histórica por la desaparición de 43 personas en Ayotzinapa, sus características: jóvenes, estudiantes, de escuela normal rural, originarios de uno de los estados más pobres de México. El presente de un país, que atraviesa una grave crisis de derechos humanos, desaparición forzada, es consciencia que reitera «Ayotzinapa no es hecho aislado».

Al paso de los días el grito de las familias, de padres y madres, estremeció al país con un «vivos se los llevaron, vivos los queremos», la ciudadanía respondió «Ayotzinapa no estás solo» así inició la búsqueda de unos jóvenes, que a partir de su ausencia han desenterrado un país con cientos de cadáveres. Han marcado una coyuntura que ha destapado muertos en fosas clandestinas, esto exige rescatar el cumplimiento de los derechos humanos, implica recuperar las luchas de otros, de esos jóvenes, dar lugar a las propias luchas y romper nuestras opresiones.

La corrupción en las instituciones gubernamentales y los grandes problemas estructurales que nos afectan durante éste y pasados sexenios han propiciado hechos como el acontecido en Ayotzinapa, socialmente nos demanda procesos sociales organizativos en defensa de la justicia y de los derechos de todos y todas. La presión internacional coadyuva al solicitar transparencia en el uso del poder, sin embargo el gobierno mexicano genera políticas, una parafernalia administrativa y una estrategia de comunicación que busca ocultar los efectos de la violencia institucional, gubernamental, el uso arbitrario y excesivo del poder.
A dos años de los hechos, tras el desgaste ciudadano, después de un intenso reclamo y el posterior desencanto social ante la impunidad, nos preguntamos ¿cómo recuperarnos ante este gobierno que nos rebasa? que parece responder con paliativos, inerte frente al país que se desmorona, ¿qué hacer con el monstruo de la corrupción? Mientras caminamos en busca de los desaparecidos nos cuestionamos ¿cómo nos reponemos del desgaste?, ¿dónde recuperamos fuerza? Como sociedad ¿qué necesitamos hacer para que otros, a quienes la impunidad no ha afectado, se sumen a la exigencia de justicia?, por acto humano de reivindicación a la vida y no desde un discurso egoísta de “me puede suceder a mi” . ¿Cómo sumamos a otras personas a luchar para destruir el mensaje gubernamental de “aquí no pasa nada”? Estas preguntas nos resultan necesarias porque la manifestación ya sea en las calles, en las redes, en los espacios cotidianos de convivencia, sin fuerza ciudadana es débil y corre riesgo de ser reprimida, desaparecida u omitida por aquellos que no están informados/as y por el estado.
Ayotzinapa no es conmemoración, porque el daño causado a las personas desaparecidas se siente en carne viva y se identifica en otros contextos, además de Guerrero. Ayotzinapa no es historia, es violencia cotidiana, es rabia, un presente destruido por dogmas, corrupción, impunidad y prácticas discriminatorias que eliminan a seres humanos. Después de 730 días seguimos encontrando a personas que también se niegan olvidar y ven en Ayotzinapa enojo, rabia, dolor, una posibilidad de esperanza, esa que nos hace capaces de recobrar la importancia de nombrarnos seres humanos. Desde aquí seguimos gritando por Ayotzinapa, porque esta es la lucha social que se niega a reconocer la violencia como práctica normalizada.