El 12 de agosto, el Día Internacional de la Juventud, es el día en que, el Estado vuelve la mirada hacia las personas jóvenes –un grupo poblacional diverso y complejo en sus identidades–. Particularmente el Estado mexicano ¿qué observará? Y ¿a qué jóvenes observará en el Día Internacional de la Juventud?

¿Los verá como lo hace siempre? Con una visión corta que los percibe como un problema de seguridad –advirtiendo su aspecto y sus prácticas con desconfianza, sus vínculos con la violencia y la paralegalidad-; como un grupo al que resulta muy caro resolver sus problemáticas –por el alto porcentaje de embarazos adolescentes, por la presencia creciente de jóvenes para los que no hay espacios en el sistema educativo o al empleo formal–; o cómo un grupo social que se esfuerza por manifestar su presencia, su condición juvenil precarizada, desfavorecida, olvidada.

En el día Internacional de la Juventud destacan dos actores distintos. Uno, el estado mexicano, históricamente representado por un gobierno adulto y ubicado en su zona de confort. Negado al desarrollo incluyente. Sordo para el diálogo, miope para reconocer la diversidad en las personas jóvenes, controlador e impositivo. Que desde su concepción del “deber ser” busca incansablemente construir a las personas jóvenes que no piensan, que no cuestionan, que no incomodan…

Y el otro, las juventudes, quienes representan un caleidoscopio de experiencias, significados, acciones y posibilidades. Quienes habitan y defienden las calles, como parte de su espacio de pertenencia. Personas jóvenes, rurales, urbanas, estudiantes, trabajadoras, rebeldes, libres, creativas, organizadas, partidistas, activas, ciudadanas, migrantes, jornaleras, empresarias, artistas, maestras, militares, consumidoras, inacabadas, feministas, violadas, acosadas, desparecidas, víctimas de feminicidio, en transición, controlables. Todas ellas se adscriben a formas, lógicas y símbolos identitarios, poco entendidos por el mundo adulto y que resultan más de una vez, estigmatizadas o criminalizadas.

Son las juventudes quienes mueven a la sociedad para que recuerde y continúe, buscando a los 43, para que reaccione ante la simulación, corrupción e impunidad de los gobiernos, ante una democracia fallida. Son las juventudes quienes apuestan a sembrar sus andares con la estrategia política de la resistencia, de la desobediencia civil.

Con todo en su contra las juventudes desafían la definición impuesta. Esa que les califica como personas desinteresadas por su entorno, por el cambio y la participación. Reafirman que actúan para resistir a la violencia, esa que hoy les recorta presupuesto en su derecho a la educación, a la producción de cultura y arte, a la salud, a elegir un empleo, a la seguridad social. Esa que se niega a ser considerada solo milleniiials por el sector productivo, esa violencia que hoy en México les arrebata la vida.

Este esfuerzo constante de las juventudes es el que reconocemos y visibilizamos desde la sociedad civil.

Hoy queremos hacer visible el esfuerzo de aquellas juventudes que son revolucionarias en tanto que gritan contra la violencia; defienden la soberanía de su pueblo, frente al desastre que ocasiona la minería despiadada, la compra abusiva de terrenos de comunidades originarias. Las juventudes potosinas son impulsoras del fomento al comercio justo y el consumo de productores locales. Las que se organizan en colectivos y colectivas, donde denuncian la violación de los derechos humanos y gritan la urgencia de una sociedad incluyente. Las juventudes están ahí, presentes siempre caminado, tomando el espacio público y marchando, con la energía que les otorga saberse jóvenes. Recordándonos siempre la terca convicción de que es posible un mundo mejor…

Si la sociedad adulta aspira a un futuro alentador, un primer paso para ello implica dejar de pensar a las juventudes desde el control, la represión o criminalización. Reconocer que tienen derecho legítimo de intervenir en la transformación del mundo. Será necesario preguntarles, de frente, quiénes son y qué necesitan, y generar las condiciones para que alcancen sus formas de desarrollo, desde sus espacios, sus territorios y sus necesidades.

Quizá será hasta entonces que podamos hablar de los derechos de las personas jóvenes. Hasta entonces será posible celebrar, sin hipocresía, sin fingimiento, sin simulación el Día Internacional de la Juventud.

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Día Internacional de la Juventud